Mil años antes que existiera SHAJAO, el curaca de los huarayos, en la confluencia de los ríos Madre de Dios y Tambopata existía una gran altura, donde los nativos no se atrevían a ingresar por temor a los motelos y a las creencias que de ese lugar se tenía desde muchas generaciones anteriores. Y es que, en esta área de aproximadamente dos kilómetros cuadrados y a unos cincuenta metros de altura sobre el nivel de las apacibles aguas de los dos ríos, enseñoreaban los motelos desde miles de años antes al de nuestra narración. Sucedió que esos tiempos que el dios Pachamama hablaba todavía con los animales y los hombres, al ver que los motelos habían creció tanto, pues muchos de ellos pesaban más de 150 kilos y se habían multiplicado en cientos de miles en esta altura, les ordenó que abandonaran esas tierras. Los motelos que allí tenían unos y wito en abundancia y buenas quebradas con limpias aguas, no hicieron caso a las órdenes de su dios, y con la parsimonia y pereza que les caracteriza, después de haber transcurrido varios meses aún no pensaban mover una pata, hasta que cansado y colérico el dios Pachamama por la desobediencia, les dio un plazo de un día para que todos los motelos salieran del lugar, advirtiéndoles que si no lo hacían, los hará desaparecer de la tierra. Ni aún con esta advertencia los motelos se preocuparon por obedecer. Vencido el último plazo, el dios Pachamama hizo llover siete días y siete noches en forma torrencial en esta zona. Los ríos aumentaron su caudal más de veinte metros sobre su nivel normal, luego desató sobre la zona un fuerte ventarrón que duró varias horas y arrancó de raíces muchos árboles; y por último hundió toda al altura de dos kilómetros cuadrados en las aguas de los dos ríos. Los motelos con las torrenciales lluvias, el terrible ventarrón, la caída de los árboles y el hundimiento de la tierra, chocaban estrepitosamente unos contra otros, el griterío era terrible, miles de muertos y heridos; y por último muchísimos de ellos flotaron sobre las aguas arrastrados por los vientos. Los nativos se habían alejado de esta zona y varias horas, afuera, despavoridos. Cuando las aguas bajaron a su nivel normal, los nativos sigilosos y temerosos, con la desconfianza que los caracteriza, se acercaron a ver la tierra de los motelos, pero ésta ya no existían: había desaparecido. En su lugar había aparecido un bajío con cientos de miles de árboles caídos, un sinnúmero de cascos de motelos semienterrados y al frente, casi a la otra orilla del río Tambopata, una gran palizada de cascos de motelos. Según cuentan los antepasados, ahora esta zona castigada donde vivían y se enseñoreaban los motelos, se llamaba Pueblo Viejo y la gran ruma de cascos de motelos se ha convertido en el cascajal que tenemos al otro lado del río Tambopata, frente a la playa que visitamos en los veranos. Ustedes pueden comprobarlo, existen todavía casos petrificados en ese cascajal. Liliana García Pérez- Colegio Santa Rosa - Puerto Maldonado - 1990